jueves, 2 de septiembre de 2010

Lapsus tremendae.

He pasado por la ciudad perdiéndome entre miles de arboledas de cemento. Ahora, lo único que deseo es escribir un poco y entregar eso a tu persona. Antes de que la fatiga y la perdida de conciencia me hagan olvidarme los motivos, acudo rápidamente al teclado, y dejo que mis dedos se explayen. En resumidas cuentas, a pesar de ser un día largo, las innumerables pretensiones del espíritu ayudaron a que las piezas del rompecabezas caigan directo en el puesto que deseaba.
Mientras allá afuera el viento ruge como una extraña bestia, que se retuerce por entrar en las ventanas mal cerradas de incautos y acalorados peones, acá adentro solo puedo escuchar el sonido de mi respiración, y mis pestañas cayendo pesadamente.
Tratando de encontrar ese carisma al escribir un triste intento de dialogo con mi conciencia, caigo en la cuenta de que el zumbido en mi cabeza esta llamándome a arrojarme sobre la cama, y ver el techo quemarse. Es simple, una viga caerá, otra le seguirá. Se han perdido meses de trabajo en una catedral, mientras yo sigo aquí tratando de armar un muro con las vacías ideas que a mi mente llegan.
Pensamientos profundos, he dejado de tenerlos por salud, pero a pesar de eso, la filosofía humana me hace caer en cuenta que cada amanecer es una nueva metáfora, una alusión a desprevenidas y alcahuetas ideas desordenadas...

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